martes, 26 de abril de 2011

Sin prisas no hay paraiso


Prisas. Desde que nacemos hasta que nos convertimos en la abuela de la Fabada Litoral hay prisas.

Y para empezar un plato fuerte: leo en un libro escrito por pediatras que un bebé a los 9 meses (la edad de mi hijo) "debe tener" fuera al menos cuatro dientes "si no más". Es también conveniente que sobre los 6 meses (este capítulo no lo leí en su día por razones de trabajo) empiece a hacer amagos de gateo, si no la cosa no va bien. Ayer me intoxiqué con la lectura y acabe haciendo un reconocimiento de urgencia a mi hijo, mientras él me sonreía juguetón primero y se quejaba molesto después.

Tras el agobio paterno, y al comprobar él que se me ponía cara de "Este no es un país para viejos", levantó el culito amagando un gateo y me miró fijamente, diciéndome sin palabras: no tengo prisa papi, si el objetivo es convertirme en un ser estresado como tú.

Tras la lección de mi hijo, le cogí en brazos, le dí un beso y lancé el bestseller al revistero. Y pensé: "señores del jurado, me retiro de su concurso. Ahí se quedan con sus putas prisas para lograr niños de éxito que terminan con cara de Bardem en Este no es país para viejos".

domingo, 10 de abril de 2011

Vivir sencillamente, para que los demás puedan, sencillamente, vivir


Julio Anguita renunció por escrito a la paga de pensión máxima vitalicia a la que tenía derecho como ex-parlamentario, argumentando que “con la pensión que le correspondía como maestro tenía bastante".

Julio Anguita hace suyo el lema de Ghandi de “vivir sencillamente, para que los demás puedan, sencillamente, vivir”. Y desde su antisimetría con el político al uso nos aporta soluciones a nuestros graves problemas con la ética y la estética del cargo público.

Cuando José María Aznar y Felipe González nos dictan al común de los ciudadanos una lección de indecoro e insolidaridad, cuando nos enteramos que María Dolores de Cospedal gana al año 241.000 € con el cobro de tres sueldos públicos y Leire Pajin otro tanto por el estilo, cuando sabemos que el presidente de la Diputación de Castellón no tiene mas remedio que declarar un patrimonio de 3,9 millones de euros cuando hace cinco años NO declaraba ninguno, nos enteramos que, de manera totalmente accidental, se ha sabido que hace siete años, Julio Anguita renunció por escrito a la paga de pensión máxima vitalicia a la que tenía derecho como ex parlamentario, argumentando que “con la pensión que le correspondía como maestro tenía bastante”.

Julio Anguita, el político más coherente que he conocido en España (y con el que he conversado animádamente en varios encuentros informales) viene a demostrarnos que el dicho populista de “todos los políticos son iguales” no se verifica, al menos en su totalidad.

Que hay distintas formas de ser y estar en la política, de entender los compromisos éticos y ejemplarizantes de un cargo público y que la erosión que afecta a nuestra moral pública tiene un freno.

En pocas personas se verifica una mayor consecuencia entre lo que dice y piensa y su modo de vida. Nunca había acabado de entender por qué considera un punto de felicidad dormir la siesta en verano sobre una manta tendida en el suelo, ni por qué su mayor consideración del lujo y del ocio es jugar una partida de dominó al atardecer, cuando está de vacaciones. En esta dura mitología del capitalismo, Julio juega contracorriente. Y su compromiso consigo mismo y con la sociedad, gana.

Maestro vocacional, traslada la pedagogía a cualquier escenario, y cuando la acción política diaria, quema y unta, Julio la quiere convertir en lección a pequeña y gran escala.

Los ideólogos y profetas de la modernidad, reunidos en torno a un gran medio informativo nacional, pensaron que lo invalidaban para la política cuando acuñaron aquello de “honrado pero desfasado”. Su huella llegó hasta el Parlamento en voz de algún replicante “moderno”. ¡Bendito desfasamiento!

Es decir, exentos de las jactanciosas modernidades de los políticos pendientes de la dieta, la nómina y el futuro cargo en el Consejo de Administración de cualquier sucursal del Gran Capital, Julio Anguita, sin contárselo a nadie, y mucho menos a esos sistemas mediáticos que encumbran la vulgaridad y el populismo, le había dado una soberana patada en el culo al sistema. ¡Métanse su degradante paga vitalicia donde les quepa!

¿ Porqué no seguiran su ejemplo otros?