sábado, 23 de mayo de 2009

Reparto Ché Guevara


Llevo dos semanas en Angola y no dejó e alucinar con este país. Quizás es porque he venido por primera vez, pero creo que tiene realidades que otros pocos tienen.

La llegada a Luanda ya resulta un poco surrealista. El avión iba lleno de chinos, que al parecer son en su mayoría presidiarios en su país que redimen parte de su pena a cambio del trabajo que realizan aqui para grandes empresas chinas, que se dedican principalmente a la construcción y a hacer carreteras.

Como estamos todos paranoicos con la gripe A, al llegar al aeropuerto un ejército de policías con mascarillas iban separándonos en grupos. "Tú que pareces chino, a la izquierda, tú que no eres chino a la derecha".

El segundo choque es la diferencia social en la capital del país. Una élite que maneja el petróleo se mueve en helicópteros, sobrevolando auténticos kilombos sin saneamiento y donde la basura se amontana por toneladas.

Dormir en Luanda no es cosa fácil si andas justo de dinero. En mi caso logré alojamiento en un hogar de monjitas, que me cobraron el módico precio de 80 euros por una habitación de colegio mayor. Menos mal que salí pronto de Luanda, demasiada indigestión para una primera visita.

Ahora estoy en Malanje, en el interior del país. Y como casi siempre pasa, en el lugar más remoto te encuentras gente con la que compartir buenos ratos. Os escribo desde el reparto Che Guevara, un edificio en el que viven las familias apiñadas, y donde vive también Juan Aja, un colega español que se está buscando la vida en el país y que me ha presentado ya a bastante gente interesante. Malanje me recuerda mucho a las ciudades cubanas, casas que se caen a pedazos, con fachadas sin pintar, pero llenas de gente, de buen rollo, charlando y viendo pasar a otra gente.

viernes, 1 de mayo de 2009

Inicio de un viaje sin retorno


Hace 10 años me fui de mi país para no volver en una buena temporada. Aunque era una decisión meditada, no sabía el día, dependía de la oportunidad de salir.

Este trozo de la biografía y el diario de Charles Darwin me recuerda como viví el día de mi salida Fue apresuarada, llena de emociones, y sin tiempo para encajar lo que vendría después, algo que cambió mi vida para siempre:

Su verdadera pasión (la de Darwin) eran las ciencias naturales, que se ampliaron con el conocimiento de su profesor de botánica, John Stevens Henslow (1796-1861), que lo introdujo en el saber naturalista. Lo acompañaba en sus salidas naturalistas y por las tardes en las barcas del río Cam. Darwin era conocido como “El hombre que pasea con Henslow".

Consiguió el grado en abril de 1831, y después acompañó a su profesor de Geología, Adam Sedgwick, en un viaje por el norte de Gales. Cuando llegó a finales de verano a su casa en Shrewsbury, encontró que había llegado una carta de Henslow, junto con otra de George Peacock, matemático y astrónomo de Cambridge que nombraba a los naturalistas que iban en los barcos. Henslow lo había recomendado para una plaza como naturalista sin sueldo a bordo del Beagle.

Asistió a la entrevista con el capitán del buque, Robert Fitzroy. Aunque ambos personajes tenían caracteres y simpatías políticas diferentes, enseguida se gustaron. El capitán se dio cuenta de que estaba ante un joven entusiasta y de una inteligencia excepcional, pero no sabía si resistiría el viaje. Incluso le aconsejó que no se precipitara al tomar su decisión.

Al día siguiente se volvían a reunir y aceptaba la propuesta, e inmediatamente escribía una carta a su cas para que le hicieran el equipaje: “ Dile a Nancy que me haga cuanto antes mejor doce camisas en lugar de ocho; di a Edward que envíe mi bolsa de viaje (puede meter la llave dentro, atada con una cuerda), mis zapatillas, un par de zapatos ligeros para excursiones, mis libros en español, mi nuevo microscopio (de 6 pulgadas de largo por 3 o 4 de ancho) que tendrá que llenar con algodón, mi brújula geológica, mi padre sabe dónde está; un libro pequeño, si lo tengo en mi dormitorio, Taxidermy.”