Pueblo pesquero cercano a Accra, Ghana. Foto: @fernusan
He sido evaluador independiente de varios programas de Oxfam en Africa. No me pagó Oxfam, sino el Gobierno español para verificar que su trabajo estaba bien hecho.
Lógicamente, unas cosas salieron bien y otras no tanto, pero Oxfam llegó a comunidades remotas donde no llegan las autoridades públicas y nunca oyeron hablar del G-8.
De los cientos de componentes que tuve que evaluar en meses de trabajo agotador, me quedo con una reunión con mujeres en una localidad perdida de Malanje, en Angola: "Es la primera vez en 4.000 años que las mujeres hemos dicho basta y nos hemos organizado para defendernos, defender a nuestros hijos y nuestro derecho a trabajar la tierra donde nacimos, para frenar los abusos que sufieron nuestas madres, nuestras abuelas y nuestras bisabuelas".
Oxfam saldrá de ésta, tiene que hacerlo tras lavar todos sus trapos sucios. Y si los gobiernos europeos les niegan el dinero, se lo daremos los ciudadanos. Su trabajo sigue siendo imprescindible en miles de comunidades donde no han visto en su vida a un político o un periodista, sólo a misioneros y cooperantes cuya presencia les anima a gritar y a tomar conciencia de que su dignidad y su felicidad está en sus propias manos.